26 agosto 2013

Día 15: Luang Prabang - Vientiane

Tan naranjas y bellos...
En nuestro último día en Luang Prabang queríamos ver las cosillas que nos faltaban. Entre ellas, algo que nos daba pereza por el madrugón pero que no queríamos irnos sin verlo: el ritual de la ofrenda a los monjes budistas. Cada día al amanecer, sobre las 5.30, los monjes y novicios salen de los templos con un cuenco colgado en forma de bolsa y los fieles y algunos turistas sentados en el suelo van dándole arroz y otras pequeñas dádivas de comida mientras pasan en fila. Es bonito de ver pero había demasiados turistas dando la nota y rompía la magia. Un poco decepcionadas volvimos a dormir.


Al despertar de nuevo desayunamos fieles a nuestros bocatas y batidos de frutas en el mismo puesto callejero de cada mañana. Dimos un paseo hasta un mercado local de ropa y demás de donde huimos despavoridas al preguntar algunos precios y comprobar una vez más que para ellos somos dólares con patas.


Subimos a la colina Phousi donde había un templo arriba, el That Chomsi. El templo no era espectacular pero las vistas sí, así que la subida valió la pena. Además por el camino ibas encontrando estatuas de Buddha en diferentes posturas donde hacíamos la foto de rigor imitando la postura de la estatua. ¡Creo que esto es algo innato en nuestra cultura!
De buda en buda

¡Este está tan a gustito!
De ahí bajamos por el otro lado de la colina, dimos un paseo por el río y nos comimos una de nuestras adoradas sopas, ésta aderezada con pasta de cacahuetes. Aquí los frutos secos son la estrella de cada plato, los ponen hasta en la sopa (¡nunca mejor dicho!)

Seguimos caminando y decidimos hacernos un masaje en el centro de la Cruz Roja. La experiencia nos dejó indiferentes porque los masajistas no pusieron ni energía ni simpatía, al contrario, parecía que les había molestado nuestra llegada, ya que estaban viendo una telenovela. En fin, todo por una buena causa.

De ahí volvimos a la calle principal y, en el puesto donde desayunamos, nos comimos el mejor crepe imaginable, de chocolate y plátano, mientras hablábamos con unos estadounidenses de Filadelfia. Nuestro Sleeping Bus salía a las ocho, así que todavía tuvimos tiempo de dar una vueltecita más por el mercado nocturno, que a las cinco ya lo tenían todo montado.
El bus preferido de fresita
Esa noche la pasamos en el bus cama más kitsch que podéis imaginar, todo en colores pasteles y su interior rosa chicle. Las camas donde se dormía en pareja eran minúsculas. Si vas solo o tu compañero de viaje no te cae bien ¡no cojas un autobús de éstos!. Mar no podía estirar las piernas. Tras doce horas de viaje de interminables paradas y curvas llegamos en estado zombi a la capi: Vientiane.

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