29 agosto 2013

Día 18: Vientiane - Bangkok

¿Otro templo?  Oh My Buda!!
En nuestro último día en Laos quisimos darle a la gastronomía todo el protagonismo y organizamos el día alrededor de los ágapes. Bueno, creo que cada día lo hacemos, no sé a qué viene esta introducción.

Para desayunar, a las ocho de la mañana, nos mezclamos con los laosianos y nos metimos entre pecho y espalda una sopa de pollo riquísima. Nos vino muy bien para afrontar la lluvia monzónica que no dejaba de caer desde el día anterior.

A pesar de tener unas bicis fuimos a pie a ver el Ho Phra Kaew, un templo antiguo convertido en museo que no estaba adornado con el típico dorado, cosa que se agradeció a esas alturas del viaje.
Esta comida es como el Ikea: te la montas tú.
Después fuimos a decirle adiós al Mekong, ese río que cuando lo ves sabes que es él. Y nada, ya tocaba comer. Para ello fuimos en busca de un sitio que nos habían recomendado con mucho entusiasmo la pareja vasca y no nos decepcionó. Consistía en un set en el que tú te montabas tus propios paquetitos envueltos en lechuga o  láminas de arroz. Dentro ponías pepino, soja, carne, menta, salsa de cacahuete, noodles.... Muy entretenido y muy rico. Ya estamos pensando hacer la versión española en nuestras casas.

Después quisimos probar esos tés con bolitas que ahora están de moda en España y que en Asia hace tiempo que existen. Nada del otro mundo, las bolas esas son insípidas y te dejan una sensación de hartazgo que no mola.

Modernez indigesta, !nunca mais!
Llenas y adormiladas fuimos a gastar los últimos kips en provisiones para el largo viaje en tren que nos esperaba. Un tuk-tuk vino a recogernos al hotel y nos llevó hasta una estación de tren en la frontera donde nos pusieron y cobraron (un clásico que se sacan de la manga) el sello de salida de Laos. El tren nos llevó, en 15 minutos, a Don Khong, donde nos pusieron (¡gratis!) el de entrada a Tailandia y después de estos engorrosos trámites bajo el sol nos pudimos sentar en el tren que nos llevó a Bangkok.

Ese tren del que no esperábamos nada resultó ser un hit. Se estaba genial con la brisita, vimos un gran atardecer y nos bebimos una Leobeer en el vagón restaurante más animado del mundo. Al rato, montaron las literas y a dormir.
Aprovechamos cualquier momento para contaros nuestro viaje

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